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sábado, 9 de julio de 2022

Estuve varios días pensando 
que en el sur de la ciudad 
hay lugares malditos, 
almas en pena, 
demonios, 
fantasmas, 
edificios abandonados, 
cosas sin resolver. 
Tanto pensé que ahora 
sin querer invoque a uno 
de esos espíritus antiguos 
que andan aburridos y tristes 
buscando un sol 
que ya no pasa por acá. 



Los pasillos fríos, 
las velas apagadas, 
olor a incienso, 
las miradas tristes 
de los santos, 
las manos de los ángeles. 
Los techos pintados 
de escenas bíblicas.  
Una virgen en el altar. 
Cristo crucificado 
mirando a los mortales. 
Las plegarias atrapadas 
en las paredes. 
En una de esas paredes 
abandoné mi fe. 


Las zonas límites 
son lugares donde 
siempre me detengo 
a observar mis 
contradicciones. 


Cuando era chica 
mi papá me leía la biblia
como si fuese un cuento para niños. 
Un versículo para ir a dormir, 
un versículo para pensar, 
para estudiar. 
Las palabras llegaron a mí 
en forma de oraciones, 
en parábolas, 
luego se rebelaron, 
cayeron del cielo 
y empezaron a deambular
como palabras errantes. 
Mi papá leía la biblia 
como su única forma 
de mantener un lazo 
con su hija no deseada. 
No lo sabe pero hizo 
mucho más 
que leer versículos, 
aunque ese fanatismo desmedido 
me haya hecho querer buscar a 
Dios en otras palabras mas amables. 











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