que en el sur de la ciudad
hay lugares malditos,
almas en pena,
demonios,
fantasmas,
edificios abandonados,
cosas sin resolver.
Tanto pensé que ahora
sin querer invoque a uno
de esos espíritus antiguos
que andan aburridos y tristes
buscando un sol
que ya no pasa por acá.
Los pasillos fríos,
las velas apagadas,
olor a incienso,
las miradas tristes
de los santos,
las manos de los ángeles.
Los techos pintados
de escenas bíblicas.
Una virgen en el altar.
Cristo crucificado
mirando a los mortales.
Las plegarias atrapadas
en las paredes.
En una de esas paredes
abandoné mi fe.
Las zonas límites
son lugares donde
siempre me detengo
a observar mis
contradicciones.
Cuando era chica
mi papá me leía la biblia
como si fuese un cuento para niños.
Un versículo para ir a dormir,
un versículo para pensar,
para estudiar.
Las palabras llegaron a mí
en forma de oraciones,
en parábolas,
luego se rebelaron,
cayeron del cielo
y empezaron a deambular
como palabras errantes.
Mi papá leía la biblia
como su única forma
de mantener un lazo
con su hija no deseada.
No lo sabe pero hizo
mucho más
que leer versículos,
aunque ese fanatismo desmedido
me haya hecho querer buscar a
Dios en otras palabras mas amables.
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