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miércoles, 29 de julio de 2015

Veneno, veneno para el alma,
intoxicarse en las emociones,
ahogarse en el pasado.
un nudo en mi pecho,
está estrangulando mi corazón.
Se vuelve pequeño, se vuelve flexible.
juguete que bombea sangre.

Veneno, veneno para mi,
adicción a intoxicarme.
Ojos negros, inyectados de noche.
Noche envenenada, mundo intoxicado.

Escucho el silencio que me grita en lo

más eterno de mi. 


  “Reprimidos”

 Quiero que escuches,
que escuches vos y todos
los que están detrás tuyo,
una vez en tu vida,
el leve sonido de mi voz.
Quiero que te canses de
ser tan igual a los demás.
Me gustaría desnudar mi alma
enfrente de las multitudes,
enfrente de la sociedad.
Que veas como el cielo
se convierte en un inmenso
arco iris en un atardecer de otoño,
donde mi soledad y yo
salimos a pasear.
El mundo no puede conmigo
y yo no quiero estar en este mundo.
Cuando sientas que te cansa estar
en este monótono lugar y que
el aire comienza a golpear tus ojos,
quisiera estar a tu lado para decirte
que yo también me aburro

de ser tan igual a los demás. 

miércoles, 22 de julio de 2015

                                                              “Viaje literario”


Eran las seis y algunos minutos de la tarde, un día de Julio y el molesto frío estaba colgándose de mis pantalones y metiéndose en mis zapatillas. Había salido del consultorio de la dentista que me atiende. Una mujer vieja con una sonrisa impecablemente desagradable que tiene que arreglar mis imperfecciones dentales.
Luego de caminar unas cuadras llegue a la parada del colectivo para volver a mi casa. Ya había perdido un colectivo y calcule que el próximo iba a tardar, pero como el frío era insoportable y asqueroso, al igual que mi dentista, mi mal humor comenzaba a ascender a medida que pasaba el tiempo y el bondi no venia. Finalmente luego de aproximadamente treinta minutos, llego el bendito colectivo 343. Estaba un poco lleno el transporte, pero no lo suficiente como para morir de asfixia por los apretujones de la gente. La primera parte del trayecto viajé parada y me estaba empezando a cansar un poco. Tenía dos libros en mi cartera pero se me hacía imposible concentrarme en un colectivo, estando parada y con dolor de cabeza.
 De repente, mi vista se dirigió hacia uno de los asientos de adelante, de esos que están puestos al revés, para que la gente vea el camino que está dejando y no puedan observar hacia donde van. Estaba sentada una chica, supongo que tendría veinte años o más. Era una chica pelirroja, pero una autentica pelirroja, no era teñida, su cabellera realmente era rojiza y se asomaban algunas pecas en sus mejillas. Era una chica pálida, tan pálida que podría ser la novia del invierno.
La chica tenía un bolso sobre su regazo y en un momento sus manos enguantadas sacaron de allí, un pequeño libro gris y azul. Comencé a observar más detenidamente a esa joven, tratando de averiguar que estaba leyendo. Al principio no pude descubrir que era lo que leía pero no paraba de generarme intriga. Al mismo tiempo trataba de mirar disimuladamente, para evitar que la gente o esa chica piensen que soy algún tipo de acosadora. En un determinado momento un asiento se desocupó y me senté allí. Delante mío había una mujer y enfrente de esa mujer estaba la chica leyendo detenidamente, aunque en algunos momentos levantaba la vista como para asegurarse de no haberse pasado la parada donde tenía que bajar.
Me encontraba en un buen lugar si no fuera porque había una persona adelante mío. Además mi miopía no me ayudaba en la situación en la que me encontraba.  Miraba y miraba el libro de esa joven, en la tapa se encontraba la fotografía del autor del libro pero lo desconocía, eso me desesperaba más todavía. Ella levantaba el libro, lo bajaba para mirar donde se encontraba, interrumpía la lectura para responder un mensaje de texto. Volvía a leer, movía sus labios, hacía gestos, fruncía el seño, pasaba las páginas. Miraba la parte de atrás del libro y así sucesivamente. Manipulaba ese preciado objeto como ella quería, se apoderaba de esas páginas, de esas palabras. Podía dejarlo cuando quisiera y volver a agarrarlo. Hasta podía leer la última frase de la última página y arruinarse el final en un terrible acto masoquista, típico de lector que sufre de ansiedad (como es mi caso).
En fin, la cuestión es que no me iba a rendir tan fácilmente, no me iba a bajar de ese colectivo sin saber que estaba leyendo esa joven pelirroja. Hasta pensé en preguntarle pero eso sería demasiado para mí, tal vez, si fuera menos tímida y más cara dura podría hacerlo. En mi afán por averiguar esto recordé que tenía mis anteojos en mi cartera. Es algo raro en mí, salir de mi casa con anteojos, pero por alguna extraña fuerza sobrenatural los guardé ahí adentro.
Cuando me puse mis anteojos, la mujer adelante mío, se levanto. ¡Perfecto! Este era mi gran momento para averiguar el título del libro y el nombre del autor. Una vez que me dispuse a leer el titulo, la chica tapo con su mano la tapa del libro… ¡No! ¡¿Por qué?! Tenía que averiguarlo, tenía que ver lo que leía. No me pregunten por qué, simplemente debía hacerlo, supongo que a cualquier persona que le gusta leer, cuando ve a alguien que está con un libro en la mano en un tren, colectivo o subte no puede evitar observar lo que está leyendo ese individuo. Es algo que se debe hacer para poder conocer más libros y autores o por lo menos para pasar el tiempo en el viaje.

Era inútil, ella había bajado el libro y tapaba el titulo con su mano, parecía que lo hacía a propósito, ¡Que lectora más egoísta! Justo cuando estaba a punto de rendirme, ella volvió a levantar el libro y pude leer el nombre del autor. Francis Crawford, no sabía quién era. Luego descubrí por internet, que se trataba de un escritor estadounidense, aunque nació en Italia y fue un novelista y autor de cuentos de terror. Supongo que eso estaba leyendo la chica, cuentos de terror de Francis Crawford. Por fin…mi enigma se había resuelto, había descubierto lo que leía esa autentica pelirroja.  Luego de dos paradas más, ella se bajó del colectivo y yo apoyé mi cabeza contra la ventanilla pensando que debía escribir sobre este acontecimiento que solo ocurren en los lugares cotidianos y en los transportes públicos.  

miércoles, 15 de julio de 2015


"Un poco de vodka"

En esas tardes donde abunda la sensación de vacío en mi habitación, yo me encontraba bebiendo de una botella de vodka muy barata. A la vez recordaba la muerte de mi abuelo y su severo alcoholismo, que yo había comenzado a desarrollar hace un tiempo.

Mi madre sabía de mi creciente adicción, ella decía que me estaba dejando influenciar por mis amistades.

El vodka que parecía alcohol etílico, de a poco comenzaba a generar efecto en mí. Me levante de mi cama y comencé a dar vueltas por todo el lugar. Estaba escuchando Gorillaz, esa combinación de música electrónica con los acordes de una guitarra, que penetraba en mi mente mezclándose con la bebida.

Cantaba, lloraba, me caía al suelo, me levantaba y el recuerdo de mi abuelo aparecía ante mis ojos. En un determinado momento, cuando la botella se encontraba casi consumida, y la presencia de la soledad en mi cuarto se hacía cada vez más insoportable, note que en el espejo al lado de la cama, se encontraba mi abuelo, con el rostro grisáceo.
Me observaba muy seriamente y en su mirada parecía haber preocupación.

- ¿Abuelo?-.
-No hagas eso-.
-¿Qué?-.
-¿No querés comprender que los demás son tu conciencia?-.

En ese momento, sentí que unas manos apretaban mis sienes, mis piernas temblaban, el alcohol  en mi estomago subió hasta mi garganta y de a poco fui perdiendo la noción del espacio y tiempo. Solo recuerdo de ese instante el estruendoso ruido de mi cabeza chocando contra el suelo… y nada más.

Me desperté en una habitación de hospital, tenía un suero en mi muñeca izquierda, un montón de cables conectados, y una fría y fina sábana blanca cubría mis piernas. En la ventana cerca de mi camilla, pude ver una parte de la ciudad bajo el cielo nocturno. Escuché la voz de mi madre fuera de la habitación, hablando con alguien, supongo una doctora, que le decía

- Si sigue así señora, va a tener que mandarla a rehabilitación-.

Rehabilitación…susurré esa palabra, cerré mis ojos y volví a dormir. 
Me siento al borde de la oscuridad.
Pierdo mis alas con el paso del tiempo,
 a medida que sopla el viento.
                                                             
Las viejas heridas se abren
en mi piel aun virgen.
Siento como las sombras
desnudan mi alma de a poco
y muy lentamente.

Siento la noche,
encima de mi cuerpo,
poseyéndome.
Incendiándome.

Pierdo mis alas.
Se queman.
Se esparcen.
Desaparecen.
Y junto con ellas,
mi alma se va.




martes, 7 de julio de 2015

“Alejandra”

Siempre al borde, siempre,
al borde de un acantilado.
Siempre estás ahí, al borde
de la nada, de tu nada.
Estas llorando, te estas riendo.
Al borde de la nada.
Entre tierra y aire.
Entre tu alma y el abismo.
Y en tu pañuelo reis y
lloras a carcajadas.
Sin saber que un pie
está en la tierra y

el  otro está en la nada.